Valera, Juan


Nace don Juan Valera el 18 de octubre de 1824 en Cabra, provincia de Córdoba, España.
Efectúa sus estudios en el Instituto de Málaga y en el Sacro Monte de Granada. Luego, con el título de Licenciado en Derecho, se traslada a Madrid en el año 1846. Desde entonces, el futuro gran escritor se desenvuelve en los ambientes sociales más distinguidos y a cobijo del favor oficial. En otras palabras, en "un muchacho de la crema", como decía la condesa de Pardo Bazán, su amiga y enérgica novelista. Pronto entra a la carrera diplomática, en cuyo servicio tiene la oportunidad de representar a su patria en las principales ciudades de Europa, tales como Nápoles, Dresde, Berlín, Varsovia, Moscú, así como en los Estados Unidos de Noramérica en Lisboa y en Brasil. Desde luego que estas relaciones de privilegio le conceden la ocasión de acrecentar su formación cultural y su conocimiento real del mundo, incluidas sus aventuras galantes a las que el escritor no les escamotea el bulto, ni tampoco tiene por qué hacerlo.

Ingresó en el cuerpo diplomático y desempeñó diversas funciones diplomáticas en varias embajadas (Nápoles, Lisboa, Río de Janeiro, Dresde y Rusia) y, más tarde, fue ministro plenipotenciario en diversas capitales europeas y en Washington. Fue diputado y ocupó importantes cargos en la administración. En 1861 ingresó en la Academia de la Lengua. La última etapa de su vida transcurrió alejada de toda actividad pública, a causa de su ceguera.

De sus muchas obras, novelas, teatro, poesías de escaso mértio, ensayos de crítica literaria y filosófica y aun traducciones, merecen citarse las siguientes novelas: 'Pepita Jiménez' (1874); Las ilusiones del doctor Faustino (1875); El comendador Mendoza (1877); Pasarse de listo (1878); Doña Luz (1879); Juanita la larga (1896) y Genio y Figura (1897).

Juan Valera es, sin duda, uno de los más ilustres escritores del siglo XIX español. Ilustre no solo por su exquisita cultura clásica y moderna, sino además por su singular sentido de lo que podríamos denonimar mundanidad. Pero también, por la perfección de su estilo clásico y su técnica realista, aun cuando el atildamiento de sus cláusulas no obstaculiza en ningún momento la corriente del pensamiento que fluye por ellas con natural espontaneidad.